Todos tenemos un acompañante; la libreta o el cuaderno.

“He escrito mis primeras palabras ante un muro, a los diecinueve años, en una prisión militar helada por la humedad — confesaba el francés René Frégni —.Yo estaba sentado en el helado suelo de una celda, y trazaba mis primeras palabras en un cuaderno, muy parecido a uno que descansaba en un taburete.
Había tres cosas en esta celda: un taburete, una plancha encajada en el muro para desplegarla y poder dormir y un cuenco higiénico que yo iba a vaciar cada mañana en los retretes, al fondo del pasillo de paseo.
Seis meses en esta fortaleza. Escribía la palabra árbol y veía un árbol, escribía la palabra viento y yo sentía el viento, la palabra luz hacía entrar el cielo en aquel rincón húmedo, y cuando yo tenía deseos de recordar a una mujer buscaba en mí la palabra justa, la más violenta y la más dulce.
Y los…
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